viernes, 31 de diciembre de 2010

Los toboganes asesinos de Ecuador

A Ecuador entramos con expectativas y sin mapa. Pasamos la aduana de Perú y luego de hacer unos kilómetros llegamos a una ciudad. Lo primero que pensamos era que sin darnos cuenta habíamos evadido la aduana de Ecuador. Luego le consultamos a la gente y nos dijeron que migraciones (papeles de las personas) se hacían en una oficina dentro de la ciudad y los papeles del auto en otro lugar. Si bien no estábamos legalmente dentro de Ecuador en la práctica sí. Sin apuro comimos algo, paseamos por la ciudad y luego nos fuimos a hacer los papeles de aduana.

Ya nos habían comentado que el diesel era mucho más barato que en Perú así que entramos con el tanque casi vacío. Paramos en la primera estación de servicio y para nuestra sorpresa costaba U$S1 el galón (3.8 litros), la cuarta parte que en Perú. Pao me cargaba cuando aliviado le decía al playero “llenalo nomás” como un potentado.

En la ruta nos paran en un retén policial y antes de pedirnos nada nos empiezan a gritar riéndose “che boludo” y demás modismos argentos. Cuando nos preguntan para dónde vamos les decimos que ni siquiera sabemos dónde estábamos. Les mostramos nuestro mapa copiado de internet a mano alzada y tras la gastada nos indican que podemos dormir en Machala hacia donde nos dirigimos.

Machala es la capital mundial de la banana. De su puerto salen 2.000.000 de cajones semanalmente, lo cual no nos pareció exagerado viendo las plantaciones de plátanos que bordean la ruta a ambos lados por kilómetros y kilómetros.

Dos días después llegamos a Cuenca que es la tercera ciudad más grande de Ecuador pero guarda un ritmo de pueblo. La venta callejera a la cual ya nos habíamos acostumbrado luego de varios meses brillaba por su ausencia al igual que los maléficos mototaxis. Nos pareció la ciudad más linda del país. Dormimos en el estacionamiento de Aída, lugar que nos habían recomendado Jöelle y Klaus.

Mural de Cuenca

Finalmente llegó el día de la partida. A las 8 de la mañana ya estábamos listos para salir y cuando le vamos a pagar a Aida nos invita a su casa a tomar un tinto (café negro). ¿Cómo decirle que no? Mientras vamos entrando sentimos un olorcito exquisito de pan horneándose. Resulta que Lucho, el esposo, tenía una panadería en la casa. A esa hora sacaba bollos y panes rellenos de queso que luego vendía en el mercado. Entre el café ecuatoriano, panes recién horneados y charla se nos fue pasando la mañana.

En la panaderìa de Lucho


Nos despedimos y antes de salir de la ciudad fuimos a comprar unas cosas de escalada que nos hacían falta. Ahí conocimos a Víctor quien también estaba comprando en la tienda. Luego de más de una hora de conversación nos recomendó ir a conocer a Héctor, un argentino que había viajado de Buenos Aires a Nueva York a caballo y luego se puso un restaurant de comida argentina en Cuenca. Hacia allá fuimos. (para ver la nota de Clarin de viaje de Hèctor: click aquì)

Héctor tiene ese no sé qué, ese carisma, que te hace sentir como en casa. Le invitó una milanesa a caballo a Pao y a mí carne a la parrilla. Hacía ya unos cuantos meses que habíamos salido de Argentina y extrañábamos como locos nuestra comida. El restaurant también funciona como karaoke. Para darle una mano le poníamos las canciones que la gente pedía. Para nuestra sorpresa lo más solicitado era Leonardo Favio y Leo Dan. Los clientes no podían creer que siendo argentinos no conociéramos ni una. Después vinieron los mates y así se fue haciendo de noche y nosotros seguíamos en Cuenca.

Con Hèctor y algunos borrachos


Al día siguiente nos fuimos a Cojitambo, una zona de escalada a 35km de Cuenca. En el refugio que hay allí conocimos a Yon y Catalina de Colombia que viajan en una moto hacia el sur de Brasil. Los cuatro pasamos unos diez días escalando, paseando y engordando.

Pizza argentina


Cangrejo entrometido


Cangrejo devorado


Seguimos por el camino de la sierra y llegamos a Riobamba. De casualidad conocimos a George que nos ofreció el garaje de su casa para pasar la noche. Al llegar resultó que la camioneta entraba justito. George me daba indicaciones para maniobrar. De repente vimos un chispazo y se apagó la luz de todo el edificio de departamentos. Habíamos enganchado con la claraboya de la camioneta el cable principal de alimentación. Salieron todos los vecinos a vernos incluida una señora que a viva voz se quejaba que no podía ver el final de la novela. Mientras nosotros nos moríamos de vergüenza sin saber qué hacer George nos tranquilizaba diciéndonos que no pasaba nada y que en un ratito él lo arreglaba. A la media hora volvió la luz y la vecina muy indignada se metió de nuevo en su casa sin saber el final de la novela.

Al día siguiente George tuvo que viajar bien temprano a Quito así que nos quedamos todo el día con la familia. Pasamos la mañana con Carmi y almorzamos todos juntos (eramos como 9). En la sobremesa María, la mamá, nos pregunta cuánto hacía que lo conocíamos a George, su hijo. Nosotros le explicamos que apenas la noche anterior. Quedó sorprendida ya que ella pensaba que nuestra amistad venía de mucho antes. A todos nos causó gracia el malentendido pero no cambió en nada esa sensación de estar compartiendo un momento con amigos de hace mucho tiempo. Aunque nos habíamos conocido ese día María se puso sentimental en el momento de nuestra partida y no nos quería dejar ir.

Vuela, vuela



De ahí nos fuimos a la ciudad de Baños. Dormimos en una estación de servicio y al día siguiente cuando nos levantamos Blanquita era Grisecita, estaba cubierta por las cenizas del volcán Tungurahua que se había activado hacía unas semanas.

Blanquita se transformò en Grisecita


Ahora entendíamos por qué la gente andaba con barbijo.

Como tomar birra sin ceniza

La noche siguiente hicimos el camino que nos acercaba al volcán. Desde ahí arriba se podían ver bien los ríos de lava y las erupciones. Como fuimos con Blanquita nos pudimos quedar hasta tarde y dormimos ahí, al costado del camino. Desde dentro de la cama se escuchaba el ruido que hacía el volcán, como el sonido de un trueno pero de mucha mayor duración. Unas semanas después la actividad del volcán fue mayor y tuvieron que evacuar a 30 personas de la zona.


Cuando uno piensa en Ecuador se imagina un lugar caluroso y soleado. Lo de soleado: olvídense. Siempre está nublado y casi a diario llueve por la tarde. Lo del calor: no en la sierra donde nosotros habíamos estado hasta el momento. Fue así que nos fuimos para la parte amazónica del país. Pasando por la ruta de las cascadas, donde las hay para todos los gustos, llegamos a Puerto Misahuallí. Ahí el único “peligro” son los monos que te revisan la bolsa cuando volvés del mercado o se meten en las casas y autos a revolver todo.

Nada simpàtico


Aprovechamos el calorcito para tirarnos por el río Misahuallí con cámaras de camión.


También vadeamos el río Las Latas con cascada incluida.

Cascada Las Latas


Todo es exuberante: las plantas, los insectos y las mariposas.

¡Y eso que mi mano no es chica precisamente!

En una parte del río se forman unos toboganes naturales de piedra. Primero fue mi turno y cuando Pao se iba a tirar el agua le hizo perder el equilibrio. Una pierna le quedó flexionada y así bajó sin poder frenar. Se raspó “mal” la rodilla y el pié. Unos días después se le infectó y terminó con antibióticos.

Tobogàn asesino no. 1

Fuimos al recreo Las Cavernas Jumandi que tiene unos toboganes de agua. Primero fue el turno de Pao y luego vine yo.

Tobogàn asesino no.2

En la curva final y con toda la velocidad me golpee la cara. Con tres cortes en la nariz nos tuvimos que ir para el hospital del pueblo.Así que ya saben: si se van a tirar por un tobogán vayan primeros. Ese día no nos quedó otra que descansar y reponernos de nuestras heridas. Pao con su pie infectado y yo con la nariz machucada no hacíamos uno entre los dos.

Llegamos a Quito por la tarde pero con el caos de tránsito recién por la noche conseguimos lugar para estacionar. Salimos a pasear un rato y en la plaza mayor había un recital. Nos acercamos y el cantante tenía cara conocida. Le preguntamos a un espectador y sí, era Rafael Correa, el presidente de Ecuador. Estuvimos a dos metros de distancia y logramos un saludo para Argentina. Ni siquiera una manifestación de obreros despedidos de una petrolera, que estaba a 50m del escenario, lo animaban a soltar el micrófono. Luego de cinco canciones y temiendo daños irreversibles en nuestros tímpanos nos alejamos.

Ya sabemos cómo hizo para que lo liberen sus secuestradores en el último golpe de estado: ¡cantando!


El resto de los días los dedicamos a recorrer el centro histórico de la ciudad donde las casas y locales mantienen el estilo colonial y abundan las iglesias. En especial queríamos entrar a la iglesia de La Compañía. Por dentro está prácticamente toda adornada con tallas en madera revestidas con láminas de oro. Una vez allí encontramos en la puerta a un guardia con cara de pocos amigos que nos cobraba entrada para ingresar y permitía un tiempo de permanencia de 10 minutos. Pusimos a funcionar la capochetta: si era una iglesia tenía que haber misa y no se puede cobrar la entrada a misa. En ese horario nos presentamos en la puerta nuevamente y vemos que la gente entraba sin pagar. Cuando nos mandamos nosotros nos detiene el guardia:

Guardia: -Para entrar tienen que pagar el ingreso.-

Nosotros: -Pero la gente está entrando sin pagar.-

Guardia: -Ellos van a misa.-

Nosotros: -Entonces nosotros también vamos a misa.-

Guardia: - Si van a misa no pueden caminar, se tienen que quedar sentados, no pueden sacar fotos y no pueden salir hasta que termine la misa. Eso es dentro de una hora.-

Nosotros: -O sea que a la gente la tienen secuestrada ahí adentro… por una hora. ¿Y si yo quiero entrar a rezar qué? Me obligan a rezar una hora.-

Guardia: -Ese es su punto de vista, hagan como quieran.-

Nos mandamos seguidos por la mirada del guardia que se moría de bronca por no poder cobrarnos. Ya comenzada la misa en la parte del Evangelio el cura lee “… a los pobres se les anuncia el evangelio” (Mt 11,2-11) parte que luego pasa a explicar. Mientras el sacerdote hablaba de pobreza nosotros mirábamos la iglesia forrada de oro. Al salir de misa lo que nos quedó en claro es que posiblemente “a los pobres se le anuncie el evangelio” pero los que lo anuncian de pobres no tienen nada.

Forrada en oro

Todo lo que brilla... es oro


Algo que no pudimos dejar de hacer es ir a la mitad del mundo, un parque que se encuentra dividido a la mitad por el paralelo cero (línea ecuatorial).

Mujer del norte, hombre del sur


En una plaza de Quito encontramos nuestro último tobogán asesino.

Tobogán asesino no.3: para niños bien machos


Como la tercera es la vencida apenas lo vimos salimos corriendo. Seguramente los padres foguean a sus vástagos en este tobogán de concreto y así los preparan para la vida en Ecuador.

Desde Quito teníamos dos opciones: ir a Cuyujas a escalar o a la costa a hacer playa. La primera la descartamos porque todavía le dolía mucho el pie a Pao y la segunda también porque el pronóstico no era muy alentador. Vimos que la frontera con Colombia estaba muy cerca y seguimos camino hacia allí.

Nos despedimos de Ecuador pasados por agua esperando que al entrar en Colombia despistáramos a la nube que nos venía siguiendo desde Cuenca, pero…