Finalmente dejamos Bariloche, los primeros kilómetros fueron duros: yo con un resfrío en puerta y Agu cantando el Sapo Pepe y el Osito Gominola (este último, búsquenlo en YouTube y me van a entender) así y todo llegamos a Zapala.
Ustedes se preguntarán: ¿estos dos no se estarán muriendo de frío, por qué no se van más al norte? Bueno, eso mismo nos preguntamos nosotros, lo estamos intentando pero Blanquita insiste en vivir en la era de hielo y del calentamiento global por ahora ni noticias. De todas maneras casi siempre conseguimos electricidad y ponemos el caloventor. Los casi 9 metros cúbicos de Blanquita se calientan enseguida.
Por Neuquén pasamos lo más rápido que pudimos, a 80 Km por hora, imagínense. Llegamos al pequeño pueblo de Bardas Blancas en Mendoza casi de noche. Estábamos buscando un lugarcito para estacionar cuando un hombre sale a nuestro encuentro a decirnos que tenemos una llamada, ¡¿nosotros?!, imposible, nadie sabe donde estamos. Ni siquiera nosotros sabíamos donde íbamos a pasar la noche. Resulta que nos confundieron con el transportista de los chicos de la escuela. Igual le ofrecemos llevar los chicos a donde necesiten. Al final no fue necesario y Gustavo el chofer de la ambulancia del puesto sanitario, quien antes nos avisó de la llamada, nos ofrece un lugar y un enchufe para el caloventor. Nos quedamos charlando hasta las dos de la mañana, nosotros nos fuimos a dormir y a él le salió un traslado de un enfermo y volvió a las siete de la mañana, igual al otro día se levantó para despedirnos.
A pocos kilómetros de ahí está la caverna de las brujas. Hay cosas que no podemos dejar de hacer y así se van sumando días al viaje, al fin y al cabo esa es la idea: tomárselo con calma y disfrutar de cada lugar donde pasamos.
Parece que el clima respeta los límites provinciales porque en San Juan empezó a hacer un poco de calor y hay un sol radiante como hacía mucho que no veíamos ni sentíamos. Agu exageró y hasta anduvo en remera. No lo podía creer. Acá la siesta es ley, a veces tenés que esperar hasta las cinco o seis de la tarde para comprar algo. Hay pueblos en estado de siesta permanente incluidos los perros que ni se molestan en ladrarte, un silencio…
Pasamos por el santuario de la Difunta Correa. La historia cuenta que en 1841 Deolinda Correa siguiendo a su marido quien había sido reclutado contra su voluntad en el ejército, emprendió el viaje con su hijo de tres meses a través del desierto muriendo en el camino. Luego de su muerte su hijo se siguió amamantando de su cuerpo y fue encontrado a salvo por un grupo de arrieros. Ellos le dieron sepultura a la mujer y erigieron una cruz con su nombre en el lugar el cual supieron por una medalla que llevaba en el cuello. Hoy día es una de las devociones más grandes de nuestro país. Yo no soy creyente de este tipo de cosas pero ver las miles y miles de ofrendas de todo tipo que la gente lleva hasta ahí es conmovedor. Como siempre creció un comercio alrededor de esta sincera devoción y a unos metros del santuario se pusieron todo tipo de negocios, una hostería y hasta un mini circuito de karting. Y sí, después de rezar nada mejor que correrse una carrerita de karting.