lunes, 27 de septiembre de 2010

Los peajes de Bolivia

De Cafayate a Salta fuimos por la ruta de la Quebrada de las Conchas. Lo hicimos al atardecer asi se podía apreciar mejor los colores del paisaje.

Los castillos

En Salta paramos en el camping municipal, muy lindo, barato y cerca del centro. Estaba lleno de motorhomes especialmente de Francia y Alemania. Un poco de companía de otros viajeros nos hizo bien dado que en general estamos casi solos en los campings. No por nada le dicen a Salta “la linda”. Al caer el sol la gente sale a pasear por la plaza. Los edificios están bellamente iluminados y se llenan las mesitas que los bares instalan en la vereda. La ciudad nos pareció similar a Buenos Aires. Hasta su peatonal se llama Florida. Su parque más grande tiene un laguito con una isla en el medio igual que Palermo. Incluso te alquilan los biciscafos.

El tránsito también es complicado, igual que en Buenos Aires, incluso un escaloncito más arriba, diría yo. En la zona de los bares fashion (parecido a Las Cañitas) hay un mega-supermercado solo de bebidas alcohólicas. La variedad es impresionante y los precios de vinos salteños inmejorables así que nos aprovisionamos para nuestra estadía fuera del país. Este lugar viernes y sábados abre hasta las 24hs. de manera que todos van a comprar las bebidas ahí para la previa.

Abasteciéndonos

De tanto comer empanadas nos hicimos catadores profesionales y nos fuimos al Patio de la Empanada. Como su nombre lo indica alrededor de un patio lleno de mesas hay locales que venden comidas típicas. Probamos una empanada de cada local para poder volver otro día y avocarnos solamente al mejor. ¡Esto es profesionalismo!

En Salta nos quedamos una semana dejando todo en orden antes de salir del país ya que el plan es no volver por un tiempo. Camino a la frontera con Bolivia pasamos por Libertador General San Martin. El pueblo vive del empleo que proporciona el ingenio Ledesma que también produce papel y alcohol. Las pintadas de “Ledesma mata” y “cárcel a los Blaquier” están por todos lados. Los desechos de la caña de azúcar forman una montaña llamada bagazo que debe tener una hectárea de base por treinta metros de alto. El olor que despide esta masa en putrefacción es impresionante. Cuando estuvimos a barlovento de la misma Pao se empezó a sentir mal y nos tuvimos que ir de ahí. La montaña está dentro del pueblo de manera que la gente de los alrededores vive con ese olor y con la enfermedad que causa llamada bagazosis de la que ya murieron varios pobladores.

Para darse idea del tamaño fíjense que los dos puntitos arriba de la montaña son personas
(click en la foto para agrandarla)

También las chimeneas despiden humo las 24hs. El Eco Loco se muere de envidia (los de mi generación seguramente recuerdan al villano de Burbujas que todo lo contaminaba sino búsquenlo en YouTube).

Chimeneas de Ledesma

También hay pintadas de “castigo a los responsables de la noche del apagón”. En la época de la dictadura los dueños de la empresa (Ledesma) y militares decidieron unir esfuerzos impulsados por un problema en común: los obreros y sindicalistas que luchaban para mejorar las condiciones de trabajo en la planta. En esa época la electricidad del pueblo era generada por Ledesma. Entre el 20 y el 27 de julio de 1976 el ingenio cortó la electricidad a la noche y a oscuras salieron a secuestrar a los que ya tenían marcados, unas 400 personas. Hasta usaron las camionetas y los galpones de la empresa. Luego los torturaron y a 30 de ellos los mataron.

En una placita hay una placa recordando a los desaparecidos. Los Blaquier, millonarios dueños de Ledesma, siguen libres para gastar las ganancias que le da la empresa. Lo que se dice “una familia bien” (bien garca).

De ahí nos fuimos para el Parque Nacional Calilegua que está a solo ocho kilómetros. La vegetación es selvática y el perfume que daban las flores parecía aún mayor por el contraste con Ledesma. Lamentablemente al día siguiente comenzó la tormenta de Santa Rosa y con pronóstico de lluvia para los próximos días seguimos viaje para Tartagal. Ahí paramos en el Complejo Deportivo Municipal, esta vez gratis y como ya es costumbre éramos los únicos. En la plaza del pueblo estacionamos frente a un bar que tenía wi-fi para ponernos al día con los mails y averiguar unos datos siempre dentro de la camioneta. Al rato escuchamos una música que venía de la calle. Salimos a ver qué era y veo a veinte sapos Pepe bailando alrededor mío y comprendí: los mensajes subliminales de los videos del Sapo Pepe que me había hecho ver Lucila en Bariloche finalmente había hecho efecto en mi cerebro (para ver la entrada de Bariloche: click aquí). Una generación entera iba a ser dominada con esta arma psicológica imperialista.

Alucinaciones

Comencé a llorar desconsolado cuando Pao vino en mi ayuda: -son las comparsas del colegio Zanga Honda, hoy se reúnen los maestros de la zona por ser la semana del docente y cada escuela hace un desfile de carrozas-. Respiré aliviado y de la alegría me saqué una foto con uno de los agentes imperialistas, digo… docentes.

Mi amigo el Sapo Pepe

Luego que pasaron todas las carrozas, las cuales vimos desde una ubicación preferencial, pudimos sacar la camioneta y partir al otro día para la frontera con Bolivia.

Nuestro plan original era salir del país por Chile pero si cruzás por esta frontera la aduana argentina te da un plazo de 180 días para retornar el auto al país. Si salís por el resto de los países limítrofes son 360 días. Si te excedés de este plazo el valor el valor de la multa es de un tercio del valor del auto. Si no pagás te lo secuestran.

Cruzamos por el paso de Yacuiba, después de hacer los papeles en el lado argentino (podríamos haber cruzado un mamut que ni se enteraban) nos levantaron la barrera y nos encontramos en suelo boliviano, pero faltaba cruzar la barrera boliviana. El policía encargado de controlar el paso nos pide los papeles y nos dice: -Son 10 bolivianos.

Yo: -En concepto de…

Nunca habíamos pagado nada en ninguna frontera hasta ese momento.

Policía: -Peaje.

Desde el mojón que divide los dos países hasta la barrera había unos escasos cien metros con lo que calculado por kilómetro hacía éste uno de los peajes más caros del mundo. Ya viendo en qué consistía este peaje Pao me mira con cara de “éste dejámelo a mí”.

Pao: -Bueno, no hay problema. ¿Usted me va a dar un comprobante de pago?

Policía: -Es que ahorita no tengo pero se los dejo a cinco bolivianos.

Estaba anocheciendo y este paso fronterizo no es de los mas bonitos, el poli que además era el jefe no tenia intenciones de aflojar y nosotros que queríamos estar a 100 km de ahí con bronca abonamos el peaje.

No es la primera vez que venimos a Bolivia, pero siempre lo habíamos hecho con mochila por eso esto de los “peajes” era nuevo para nosotros. Al costado de esta barrera que nos cobraban 5 bolivianos para levantar había una gran cantidad de puestos callejeros. La gente pasaba por los costados de esta barrera como si nada y como los negocios que se habían instalado dejaban poco lugar algunas personas pasaban por debajo.

A los cinco kilómetros nos para de nuevo la policía. Nos pide los papeles y exige otros diez bolivianos. Esta vez nos pusimos firmes y con el argumento que ya habíamos pagado, luego de un rato de discutir nos dejaron ir. El mismo ritual se repitió cada cincuenta kilómetros promedio: el policía sentado en su casilla al costado de la ruta sosteniendo una cuerdita de lado a lado de la ruta que luego de verificar los papeles exigía diez bolivianos. Con cada uno utilizamos una táctica diferente y no le pagamos ni a uno.

También estaban los peajes de vialidad. Ya con una construcción sobre la ruta nos parecieron legales y los pagamos sin discutir si bien no tenían ningún cartel con las tarifas y en el cupón que te daban sólo decía el valor de lo pagado. No sabíamos si nos estaban cobrando a la cara y le teníamos que pedir al empleado que nos anote con birome en el papel hasta donde servía para no tener que volver a pagar en cada peaje.

Otro peaje muy cómico fue el que nos quiso cobrar la municipalidad de uno de los pueblos que estaba sobre la ruta. Doscientos metros antes de uno de los peajes “legales” se había puesto un tipo con la famosa soguita.

Pao: -¿Este peaje de qué es?

Tipo con la soguita en la mano (TCLSELM): -De la municipalidad.

Pao: -¡Pero a 200m vialidad me va a cobrar peaje de nuevo!

TCLSELM: -Esto es para el mantenimiento de lo que está alrededor de la ruta.

Pao: -Yo ni siquiera voy a entrar en el pueblo, el mantenimiento del pueblo que lo paguen sus habitantes con sus impuestos.

TCLSELM: -Ya (significa Ok). Tiene que pagar 10 bolivianos.

Imagínense que no le pagamos a la policía, a este tipo menos. Y así siguió el viaje hasta Santa Cruz. Las diferencias culturales son tan grandes que a diario se nos dan situaciones cómicas. Si tuviéramos que contarles todas la entrada se haría interminable así que van a ir en la próxima.

sábado, 4 de septiembre de 2010

La ruta del vino y la empanada

El destino era muy claro: salir del país. El viaje atrasado en el itinerario y un frío constante que ya era más que molesto nos empujaba hacia el norte, hacia el calor. Pasábamos seguido de una provincia a otra y los carteles de bienvenida que hay en la ruta nos hacían sentir que avanzábamos e íbamos sumando kilómetros. Hasta que vimos un cartel que tuvo un efecto contrario. Decía: Villa Carlos Paz 400Km. A pocos kilómetros de allí está una de las mejores zonas de escalada de la Argentina: Los Gigantes. Habíamos estado transportando todo el equipo de escalada por 12.000 Km y debido al frío casi que no lo habíamos podido usar. Y eso que estuvimos en lugares como Bariloche y El Chaltén epicentros nacionales de escalada lo que acrecentaba aún más el síndrome de abstinencia. La proposición que le hice a Pao de ir para los Gigantes fue inmediata aunque tímida. Averigüé el pronóstico del clima para la zona y con el dato de que iba a ser bueno la terminé de convencer. Otro desvío más del plan de ruta.

En villa Carlos Paz nació Blanquita (la camioneta) y vivió ahí hasta que nosotros la compramos de manera que volvía como caballo a la querencia. Fue un poco raro pasar de nuevo por el lugar donde en parte se había iniciado el viaje: el día que compramos el vehículo, lo último que nos faltaba para dejar nuestra antigua vida y empezar esta nueva. Lo primero que hicimos fue irnos para el Club Andino Villa Carlos Paz para averiguar. Ahí hablamos con Juan a quien contratamos como guía. En el camino a Gigantes se murió el termómetro del agua del motor que ya venía dando problemas. Igual seguimos camino para arreglarlo luego.

Al llegar hicimos noche y el día siguiente amaneció despejado aunque muy frío y ventoso. Nos reunimos con Juan, el guía, quien trajo un amigo. Mejor para nosotros así podíamos escalar en dos cordadas de dos personas en vez de una de tres. Luego de una caminata de una hora y media llegamos al Cerro la Cruz. Juan fue el primero en subir, luego iría Pao. Si bien la vía era fácil para él, la ascensión se hizo muy lenta por el frío. Todavía era temprano y el sol no le pegaba a la roca. Constantemente tenía que parar para calentarse un poco las manos con el aliento. Luego fue el turno de Pao quien antes de comenzar ya estaba muerta de frío por haber estado dándole seguro desde el suelo a Juan. Trepó cuatro metros y pidió que la bajaran porque no daba más del frío. Con esa temperatura no tenía sentido seguir intentando. Juan bajó en rappel y esperamos un rato que nos diera el sol. El resto del día estuvo templado y pudimos escalar con un paisaje hermoso rodeándonos. Estas paredes se llenan de gente los fines de semana. Como era miércoles no había nadie, solo nosotros, lo que acrecentaba la sensación de quietud propia de esos cerros.


Pao y Juan en el Cerro la Cruz

El jueves llovió todo el día así que fue meta pochoclo, ajedrez y pelis dentro de la camioneta.



El viernes amaneció completamente despejado. Bien temprano partimos hacia otras paredes, esta vez solo Pao y yo. Hicimos la vía “Cristales Voladores” de 50m. En la cima hay una vista hermosa de todo Gigantes y Villa Carlos Paz. Como no podemos con nuestro genio nos colgamos sacando fotos y se fue haciendo tarde.


En el relevo de la vía "Cristales Voladores"



Al caer la tarde nos mandamos a hacer la última vía (60m) y a la mitad se nos fue el sol. La temperatura bajó bruscamente y tuvimos que descender muertos de frío con las manos y los pies insensibles (¡otra vez!).

De ahí salimos para Cafayate con escala en Tafí del Valle y Amaicha, pueblo que se jacta de tener el mejor clima del mundo: 360 días de sol al año en contraposición con El Chaltén quien dice tener el peor clima del mundo. Y bueno, hay que conocer de todo, dicen…

El paisaje junto con el clima y la gente fueron cambiando de una provincia otra. El norte argentino tiene una energía diferente, muy propia. No sé bien que será pero ya lo había notado cuando estuve por allí hace unos años. Atahualpa Yupanqui, quien vivió veinte años en Tucumán lo supo describir así: “Todo lo que tiene de seca la tierra, en compensación lo tiene de jugoso el espíritu del hombre, eso pasa en los Valles Calchaquíes.”

En el instante que entramos a Tucumán empezamos con La Dieta de la Empanada que consiste en poner las empanadas en la base de nuestra pirámide nutricional. El vino también está por ahí cerquita pero el tener que manejar no me permitió darle la importancia que se merece (¡hiq!).


Amor a primera vista

Y ya que estamos hablando de vino, en Cafayate nos fuimos derecho a visitar las bodegas y luego, como era de esperarse, a La Casa de la Empanada. Les recomendamos la cafayateña ( de carne, choclo y vino torrontés) pero también la calchaquí, la don coro, la griega, en fin una de cada gusto.


Pao cumpliendo con La Dieta de la Empanada

En Cafayate todos cantan folclore y saben tocar la guitarra, todos. Esta gente nace con una tonada en la boca. Ya de noche camino al lugar donde íbamos a estacionar la camioneta para dormir escuchamos música que salía de un bar. Paramos para ver y nos invitaron a pasar. Un muchacho con una voz increíble cantaba una chacarera. Daba perfectamente la talla para cantar en un escenario pero lo hacía gratis en un bar. Al final una chica del público agarró una panera y pasó por las mesas a recoger lo que quisieran dar al músico.

Muchos de estos pueblos en el norte argentino crecieron económicamente gracias al turismo. Lo malo es que perdieron el encanto de antaño. Los restaurantes, hoteles y variedad de negocios dan la sensación de que todo se compra y se vende. Lo bueno es que se generaron muchos empleos para los habitantes del lugar. La gente de Cafayate, por ejemplo, se empleaba principalmente en las bodegas. Con la llegada de la tecnología y la automatización de los procesos de producción toda esta gente quedó sin empleo. Más tarde se volcó al sector del turismo y pudo permanecer en su pueblo.

De Cafayate partimos para Salta capital, una ciudad moderna que nos hizo recordar a Buenos Aires.