domingo, 13 de junio de 2010

Torres del Paine

De Ushuaia seguimos viaje hacia Punta Arenas. Si bien es una ciudad industrial sin mayores atractivos turísticos muchísima gente pasa por ahí por tener una zona franca donde se venden artículos importados libres de impuestos. La fiebre mundialista hace lo suyo y los plasmas salen como pan caliente. Como se imaginarán lo nuestro no son los plasmas pero no fuimos menos y aprovechamos para comprar artículos de camping que nos hacían falta: calentador y bolsas de dormir para temperaturas bajo cero (o eso creíamos nosotros).

El paso obligado para llegar al Parque Nacional Torres del Paine es la ciudad de Puerto Natales. Es chiquita y vive principalmente del turismo que se dirige al parque. Antaño tuvo su época de oro cuando casi todo el ganado ovino proveniente de la Patagonia chilena y principalmente argentina se faenaba y embarcaba ahí. Más tarde Perón prohibió la salida de ganado en pie de la Argentina y los frigoríficos tuvieron que cerrar. En el hostel Erratic Rock cuyo dueño era un Estadounidense que se había quedado en Chile averiguamos para bañarnos y cargar las pilas de las cámaras. Al preguntarle cuanto nos cobraba nos dijo que solamente le trajéramos un chocolate y que nos podíamos quedar a ver una película si queríamos.

Al parque llegamos de noche y en la portería no había nadie para cobrarnos la entrada. ¡Qué casualidad, siempre nos pasa lo mismo!

Al día siguiente amanecimos con la primera nevada del año en el parque y empezamos a planear la excursión. Pao solamente había visto nevar en Buenos Aires en el 2007 de manera que a pesar del frío Pao estaba muy contenta de ver el espectáculo. El circuito de trekking típico del parque se llama de la “W” porque esa es la forma que tiene el recorrido de los senderos. En temporada baja casi no hay transfer de manera que al finalizar el recorrido de la W no teníamos manera de volver a donde dejamos el auto así que decidimos hacer el recorrido en dos partes.

La caminata desde el pueblito donde dejamos la camioneta hasta el campamento Paine Grande que sería nuestro campamento base fue bastante relajada si bien íbamos cargados con todas las provisiones para 5 días. El cielo estaba despejado y los 18 km son en su mayor parte planos igualmente el peso de las mochilas crece exponencialmente con el correr de las horas (y son 5 horas!).

Hicimos noche y al día siguiente partimos para el campamento italiano. Allí éramos los únicos, ni siquiera el guardaparque estaba. De todas maneras, al igual que en la mayoría de los lugares de Chile, nos sentíamos seguros. Nos habían avisado que en el lugar había una plaga de ratones y que para evitar que nos comieran la comida debíamos colgarla de alguna rama. Yo conociendo la agilidad de estos bichitos me pareció raro pero no teníamos otra opción, si llegara a quedar dentro de la carpa a la noche te la agujerean y se meten. El en campamento había como un quincho techado así que armamos la carpa debajo de ese techito. Dormimos toda la noche con los roedores alrededor nuestro haciendo ruido que se alternaba con el sonido de las avalanchas proveniente del cerro Paine Grande. Por suerte Pao no les tiene miedo sino nos tendríamos que haber ido.

A la mañana siguiente las dos bolsas de comida estaban intactas. Una lluvia constante y acompañada de mucho viento cayó durante todo el día. Previendo esta eventualidad trajimos comida para un día más y decidimos esperar mejor tiempo. A eso de las 5 de la tarde llegó al campamento un japonés que venía caminando en dirección a Paine Grande de donde nosotros veníamos. Completamente mojado y muerto de frío traía una cámara de fotos enorme colgada del cuello y un paraguas en la mano. Con el viento que había se pueden imaginar cómo estaba el paraguas… Una campera de algodón que pesaría el triple con el agua que había absorbido estaba adornada con el bordado de la cara de algún rapero que yo afortunadamente no conozco. Se fumó un pucho, comió algo que sacó de su mochila y nos preguntó cuánto faltaba para el campamento siguiente donde nosotros habíamos estado. Yo le explique que eran 8km pero que se tenía que apurar porque en una hora sería de noche. También le conté que allí había ducha de agua caliente. Los ojos se le pusieron como el dos de oro. Nos agradeció, se calzó la mochila y siguió viaje rumbo a la ducha.

Esa noche hicimos lo mismo que la anterior con la comida ya seguros de haber engañado a los roedores. Se ve que a la noche hicieron una reunión las mentes más agudas del grupo y entre todos encontraron la forma de llegar a nuestros víveres. Increíble pero dejamos las dos bolsas en los mismos lugares y llegaron a las dos, así que no fue casualidad: encontraron la manera. El chocolate con pasas al rum que veníamos racionando y comíamos de a un cuadradito como una exquisites en el postre fue devorado junto con el resto de las cosas.

¡Por lo menos son agradecidos!

Solo se salvaron 4 barritas de cereal y una lata de atún. Esto fue todo lo que comimos hasta la noche cuando volvimos a Paine Grande.

La caminata hasta el campamento Británico es hermosa. Las permanentes avalanchas sobre el cerro las pudimos ver ahora desde un mirador y al final del sendero se tiene una perspectiva hermosa de los Cuernos y las Torres del Paine. Ver el resto de las fotos aquí.

Si bien es baja temporada no somos los únicos que usamos los senderos,

el camino estaba lleno de pisadas de puma y gato montés que por suerte, nunca se dejaron ver.

Pie grande y el puma

El día siguiente y ya de retorno en el campamento base tuvimos un día de lluvia y nuevamente tuvimos que esperar. Como estábamos cortos de provisiones a la noche compramos una cena en la hostería que está al lado de la sección de acampe avisándole que la íbamos a compartir. La cena consistía en entrada, plato principal y postre, bebida incluida. El cocinero nos ubicó en un salón de estar de la hostería y nos prendió un hogar a leña solo para nosotros dos. Con el frío que hacía se pueden imaginar lo que se siente al poder cenar calentito. Cuando trajo la comida nos había preparado todo doble y encima estaba todo riquísimo.

Al otro día el clima no era el mejor pero no nos quedaba otra que hacer la caminata al glaciar Grey. Se levantó muchísimo viento y al volver la carpa estaba flameando con una varilla rota. Va un videito de muestra. Disculpen que no lo pude girar.

Decidimos dormir dentro de la hostería pero no nos alcanzaba con la plata chilena que teníamos. Fuimos a ver a los dos chicos que administraban la hostería en temporada baja con el fin de negociar y que nos hicieran precio. Al comentarles lo que nos había pasado y sin dejarnos tiempo de pedirles rebaja nos dijeron que podíamos pasar la noche ahí gratis, calentitos, en colchón de resortes y con una vista espectacular no podíamos pedir más.

Luego de una noche reparadora nos calzamos las mochilas y volvimos nuevamente con lluvia y viento hasta donde habíamos dejado la camioneta. Al llegar cocinamos una cazuela con mariscos en conserva que teníamos y lo acompañamos con un Chateau Vieux cosecha 96´, regalo de mi viejo, que estaba bárbaro. Esa noche dormimos en nuestra camita de la camioneta y nos pareció una bendición luego de la carpa.

En la mañana nos pusimos a hablar con el cocinero de la empresa que trabajaba en la construcción de un puente en el parque. Nos invitó a pasar al comedor del personal y a secar toda la ropa mojada que teníamos en una estufa de leña. Mientras tanto nos trajo pan casero con mermelada y manteca para que comamos.

Ya con la ropa seca nos fuimos con la camioneta a la otra parte del parque a hacer la última caminata que nos faltaba a la base de las torres. Nos despertamos a las 5 am. En todas las ventanillas la condensación de nuestra respiración se había congelado formando una capa de hielo en el lado de adentro. Ya nos había pasado dado que a la noche siempre hace temperaturas bajo cero, pero esa noche hizo – 9°C y también se congelaron los marcos de todas las puertas. Estaban todas trabadas y no podíamos salir. Luego de un rato pude abrir una puerta. Al intentar arrancar al poco tiempo nos quedamos sin batería por la baja temperatura. Era de noche así que nos quedamos esperando que amanezca a ver como hacíamos. Ya con luz nos dimos cuenta que de casualidad habíamos estacionado al lado de un camino con pendiente hacia abajo. La empujamos y finalmente pudimos arrancar. Luego de unos kilómetros llegamos a un puente muy angosto que para pasar había que cerrar los espejos retrovisores laterales. Ya nos habían avisado en guardaparques. Lo que no nos avisaron es que el peso máximo que resistía era de 1500Kg. La camioneta pesa 3500Kg así que ni lo pensamos.

Andreas, un brasileño muy macanudo que pasaba por allí se ofreció a llevarnos hasta el comienzo del sendero pero él se volvía enseguida. Ya a media mañana y sin manera de volver accedimos para poder aunque sea sacar unas fotos descartando la posibilidad de hacer la caminata. El día fue el mejor que tuvimos en toda nuestra estadía en el parque, despejado sin una nube, ni en el verano hubo un día así, la ley de Murphy no falla.

Un poco frustrados pero aceptando que por algo son las cosas nos fuimos para El Calafate, ya tenemos una excusa para volver a este hermoso lugar (¡eso si en verano!).

En Chile nos trataron mejor o igual que en nuestro país. Mucha de la gente allí tiene familia en Argentina y sin excepción amigos. Al llegar suponíamos que a los argentinos mucho no los querían pero estábamos completamente equivocados. Parece increíble que estos dos países estuvieran al borde de una guerra. No puedo encontrar ninguna razón por la que yo quisiera lastimar a esta gente y creo que nadie pudiera. Me parece ridículo que no haya otra manera de solucionar las diferencias de intereses que no sea matándose mutuamente. Con seguridad los “líderes” que declaran estas guerras tienen intereses en que las cosas sean así.